En el verano de 1.947, un pastorcillo de la tribu de los Ta´amireh, buscando una cabra escapada, descubrió una honda cueva a la que bajó al día siguiente con un amigo. Esperaban hallar un tesoro. Quedaron decepcionados: sólo había unos cántaros de barro con unos rollos pegajosos de piel quebradiza, envueltos en harapos.
Los manuscritos de Qumran (mar Muerto), restaurados, descifrados y estudiados minuciosamente en distintas universidades, se convirtieron en seguida en un concepto para medio mundo. Y pronto no fueron los únicos. En medio de la primera guerra del flamante estado independiente de Israel en pugna cotra los países árabes vecinos, marchó una expedición a las montañas de Qumran y en una docena de cuevas halló como 600 escritos más, de la época entre los años 200 a. C. y 70 de nuestra era. Copias de textos del Antiguo Testamento, entre ellos un libro de Isaías casi entero, salmos y comentarios, mil años más viejos que los manuscritos más antiguos que conocíamos.
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