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lunes, 19 de septiembre de 2011
LA BARBARIE DE LOS CONQUISTADORES
Cumplida la conquista del imperio incaico, los españoles recaudaron cuanto oro y demás riquezas cayeron en sus manos. Para los incas, el oro era el sudor del sol, su suprema divinidad. La plata, procedía de las lágrimas de la luna, diosa a la que también veneraban como herencia de la adoración que el pueblo chimú, su predecesor, mostraba por ella. Esta tradición hizo de ellos unos grandes orfebres, como sus antecesores mochicas y chimús. De ello se beneficiaron Pizarro y su ejército. Cuando apresó a Atahualpa, el último inca, éste ofreció canjear su libertad por todo el oro y la plata que cupiesen en la amplia celda en que se hallaba encerrado. Pizarro aceptó dicho rescate, aunque luego, tras cobrarlo, se desdijo de su palabra y ordenó que fuera ejecutado bajo la acusación de idolatría, poligamia y conspiración contra el rey de España. Atahualpa había hecho recaudar unas 22 toneladas de oro, que entregó a los españoles. Los cronistas españoles cuentan que fueron necesarios nueve hornos de fundición para transformar todas las piezas de oro en lingotes más manejables. No satisfechos aún con ese botín, las huestes de Pizarro continuaron saqueando todo el imperio, incluidos los lugares sagrados. De este modo, se hicieron con un cargamento de metales preciosos de tal volumen que con la llegada solamente de un quinto de él a España y su distribución por Europa, a medida de que la Corona española satisfacía las muchas deudas que tenía contraidas, se produjo un proceso de inflación, nunca conocido en la historia de Europa.
Todos cometemos barbaridades, es una cosa intrinseca.
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