En el año 1.420 seguía habiendo lobos en las calles de París, pero no sólo allí, ya que, en aquella época, los lobos se extendían por toda Europa. Algunas personas les temían sin motivo aparente. De hecho, no se conoce ningún caso en el que un lobo sano atacara a un hombre igualmente sano. Un periódico de la ciudad canadiense de Ontario llegó a ofrecer una recompensa a quien pudiera demostrar que había sido atacado por un lobo, recompensa que nunca llegó a pagarse.
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